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El compromiso del paisaje en los territorios insulares
A Pau Corral Pérez, arquitecto. In memoriam (18.04.05)
El Convenio Europeo del Paisaje, ratificado por el gobierno español el 6 de noviembre de 2007, entró en vigor el pasado 1 de marzo. Esta adhesión supone un compromiso en la protección, gestión y ordenación del paisaje e implica además el reconocimiento jurídico del mismo y de los derechos, deberes y responsabilidades que toda sociedad, desde una perspectiva de desarrollo sostenible, debe asumir en relación con la calidad de los entornos cotidianos, naturales o urbanos. La puesta en marcha de este Convenio nos remite a la consideración de cuales pueden ser las estrategias e instrumentos básicos para su defensa en los territorios insulares.
El paisaje como resultado de la acción e interacción de factores naturales y/o humanos tal como los percibe la población, aporta identidad, canaliza aspiraciones, alimenta deseos, visualiza conflictos y contradicciones y conlleva una dimensión cultural del espacio porque es un producto (siempre inconcluso) de la cultura. El paisaje, como elemento fundamental del entorno humano, es un reflejo de ese desborde cultural, formal y disciplinar, expresión de la diversidad de su patrimonio común cultural y natural y fundamento de su identidad.
La necesidad del conocimiento profundo de los procesos naturales frente a la conciencia progresiva de deterioro del entorno convierte al propio territorio en un factor clave y de oportunidad en la toma de decisiones de ordenación. Desde este punto de vista no debería haber ningún tipo de ordenación que no implique el desarrollo de un paisaje de calidad.
Siendo consecuentes con esta manera de enfocar los procesos, para crear ambientes de alta calidad de paisaje será necesario actuar desde un punto de vista inverso que contemple el valor de la conectividad medioambiental, la geografía y la capacidad sistémica del espacio natural, modificando la segregación entre el medio antrópico y el medio natural para lograr una estructura paisajística diversificada, ecológica y biodiversa.
La defensa del paisaje de calidad es un derecho que debe ser garantizado, pero también un deber y un compromiso que implica a todos y que exige la necesidad de puesta a punto de instrumentos legales que faciliten su desarrollo real, además de promover mecanismos de participación en decisiones que afectan a la colectividad en relación el paisaje. En definitiva, tal y como plantea el Convenio Europeo del Paisaje, aumentar la responsabilidad y la capacidad crítica de los ciudadanos para mantener y decidir sobre temas que afecten al paisaje cotidiano.
En este sentido, solo las comunidades catalana y valenciana han aprobado sus leyes de paisaje (la gallega está en proceso parlamentario) y en particular la primera ya la ha desarrollado, estableciendo un Observatorio del Paisaje con la creación de catálogos e indicadores que analizan su evolución. En las comunidades insulares estamos con documentos legislativos a la espera de su definitiva puesta en marcha, que ya no se puede dilatar.
La anómala situación existente en las Islas Baleares de ser la única comunidad española sin ley del Suelo debiera servir para que el anteproyecto que también se está elaborando en ese sentido posibilitara la necesaria correlación entre ambos documentos, dado el impacto que sobre el paisaje tienen las políticas de ordenación territorial y urbanística.
En Mallorca, el Consell se adhirió el pasado febrero a la Red Europea de Entes Locales y Regionales para la aplicación del Convenio Europeo del Paisaje anunciando la creación de un Observatorio del Paisaje y un Centro de Interpretación. Un primer paso para empezar a cumplir con lo que la futura ley de paisaje deberá ordenar.
Las islas, por definición, son territorios claramente delimitados y desde esta perspectiva de marco estricto son casi una categoría en donde se mezclan múltiples realidades sometidas con gran intensidad a modelos económicos o sociales determinantes. Frente a esta representación de límite colisionan los múltiples procesos de urbanización, que en general se han caracterizado por un fortalecimiento de las relaciones entre intervenciones urbanas de distinto signo con los valores del territorio propiciando un debilitamiento acelerado de su necesaria vinculación. Esta fragilidad de la relación entre intervención y geografía ocasiona con frecuencia un claro deterioro de los paisajes.
El paisaje en las islas, en mayor grado que en otros contextos continentales, es objeto de consumo, como una de sus principales bazas turísticas, cuya degradación ocasiona una consecuente devaluación de este básico recurso económico además de la consecuente pérdida de identidad cultural.
Históricamente se han ordenado los suelos urbanos y turísticos desde parámetros de crecimiento, funcionalidad y movilidad, pero muy pocas veces la forma de abordar esa ordenación ha sido la contraria, o sea, desde la conciencia de límite del medio físico, desde sus características naturales o de su capacidad de acogida.
El ejemplo más claro es la fuerte ocupación de la costa con la colonización abusiva del litoral y la intensa destrucción del paisaje. Esa fuerte antropización del litoral, mediante la actividad urbanizadora, y la artificialización de la costa, mediante la implantación de infraestructuras, ha conducido fundamentalmente a una minoración de sus recursos naturales y de sus activos medioambientales, en una evidente renuncia a sopesar sus valores paisajísticos.
También muchas otras acciones con gran impacto paisajístico deberían ser puestas en observación sean las grandes edificaciones, comerciales o de cualquier otro tipo, y los polígonos industriales en los entornos urbanos, o los invernaderos intensivos, los parques de energías renovables y los campos de golf en los suelos rústicos, ya que organizan espacios estándares, paisajes globalizados de la homogeneidad, idénticos e intercambiables. Las reglas de diseño de estos espacios requieren de lecturas intencionadas de los paisajes previos como valores capaces de activar la singularidad y la identidad.
La escala de las islas demanda un cuidado singular en el encaje paisajístico de las infraestructuras de la movilidad y no solo por la necesidad de su propio tratamiento. Las carreteras y autopistas constituyen hoy en día los grandes miradores del territorio; esta es una realidad de especial incidencia en lugares de gran desarrollo turístico. Por estas infraestructuras discurre a gran velocidad la idea socialmente compartida del paisaje cotidiano. Soslayar esta percepción del paisaje no lleva más que a la desconsideración de sus resultados estéticos y sus escenarios a favor de criterios estrictamente funcionales.
En las islas, como en cualquier otro lugar en donde eclosionan modelos urbanos globalizados, urge la defensa de la identidad cultural, la coherencia estética de lo diverso, superpuesto y multiforme y el fomento de la conectividad sostenible al medio físico y su ambiente. Hoy en día el planeamiento, la ordenación y la intervención han de ser en cualquier caso paisajísticos.
Flora Pescador Monagas y Luís Antonio Corral Juan son arquitectos.